Desde hace mucho tiempo, se sostiene que las plantas son capaces de sentir emociones como nosotros los humanos. Incluso que reaccionan a la voz y crecen mejor cuando se les dice cosas bonitas. Esto ha dado pie a numerosos estudios que han intentado certificar que efectivamente, las plantas reacciones ante la voz y la música.
Las plantas respiran a través de los llamados estomas. Éstas son aberturas microscópicas o diminutos poros del tejido epidérmico, especialmente el de las hojas y partes verdes. En ellos se verifica el intercambio de gases entre la planta y el exterior. Y hace unos años, científicos de la Universidad de California, San Diego, descubrieron un mecanismo de señales que controla los estomas de una planta.
Cada estoma está rodeado por dos células especializadas llamadas «células de guarda». Éstas son responsables de regular el tamaño de la abertura del estoma. Los poros estomáticos son más grandes cuando el agua está disponible de forma gratuita y las células de guarda están turgentes , y se cierran cuando la disponibilidad de agua es extremadamente baja y las células de guarda se vuelven flácidas.
La fotosíntesis también depende de la difusión del CO2 desde el aire hacia los tejidos mesófilos a través de los estomas. El O2 producido como un subproducto de la fotosíntesis, sale de la planta a través de los estomas. Pero cuando los estomas están abiertos, el agua se pierde por evaporación. Y debe reemplazarse a través de la corriente de transpiración. Por ello deben equilibrar la cantidad de CO2 absorbido del aire con la pérdida de agua a través de los estomas, y esto lo consiguen mediante el control de cierre y apertura.
Las dos células que conforman el estoma están además en sintonía con la frecuencia resonante del calcio, un nutriente primario. Se cierra cuando se le expone a esta frecuencia y cuando no es exactamente la correcta se abre de nuevo al cabo de un tiempo. Esto sucede aunque la concentración de calcio fuese lo suficientemente alta para que el estoma se cerrase en condiciones normales. Y es aquí donde experimentos han conseguido demostrar que la exposición a altas frecuencias interviene en el incremento de intercambio de gases, y no sólo al cabo de el mismo tiempo.
Este grupo de científicos de la Universidad de California comprobaron que cuando se exponían cultivos de plantas a una música específica o incluso al trinar de los pájaros, las vibraciones del sonido hacen que los estomas se abran al cabo de un espacio de tiempo cuando en condiciones normales estarían cerrados. Pero el inconveniente es el riesgo de deshidratación que puede sufrir la planta. En estas condiciones sería incapaz de controlar la cantidad de agua que se pierde mediante la transpiración. Más de 3 horas de exposición a música llegaría a ser peligroso para la salud de la planta.
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En los estudios también se ha observado que las plantas reaccionan diferente manera antes distintas músicas. En general sienten predilección por la música de tonos relajantes como la clásica. Las plantas sometidas a esta música desarrollaban hojas y tallos saludables, y con tendencia a inclinarse hacia el origen de la melodía.
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Pero por otro lado cuando las plantas fueron sometidas a música rock o con un volumen alto, las hojas nacían más pequeñas. Además, los tallos se alargaban y mostraban tendencia a alejarse del origen del sonido, llegando incluso a doblarse en sentido opuesto. Algunas murieron en dos semanas.
Esto se podría explicar mediante la técnica conocida como “resonancia del esqueleto”. Ésta estimula o inhibe la síntesis de proteínas en las plantas. La teoría es que las proteínas, que consisten de aminoácidos, están sintetizadas a tono con la vibración. Cada aminoácido por lo tanto debería de tener su propia frecuencia y en consecuencia cada proteína su propia gama de frecuencias. En teoría la secuencia correcta de tonos debería estimular la creación de proteínas a través de la resonancia.
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