Vale la pena señalar que toda esta práctica de orinar en un frasco para mantener el empleo es un remanente muy cuestionable de la guerra contra las drogas de la década de 1980, y no ha mostrado muchos beneficios definitivos para nadie más que los coleccionistas de orina profesionales en los laboratorios de análisis de orina.
En 1986, el presidente Ronald Reagan firmó una orden ejecutiva que requiere que los empleados federales y algunos contratistas sean examinados. Muchas empresas siguieron el ejemplo: las pruebas como condición previa para el empleo se volvieron comunes en todas las industrias y aquellos que operaban otros equipos potencialmente peligrosos fueron evaluados de forma continua y aleatoria. Las pruebas de drogas alcanzaron su punto máximo en 1996, cuando el 81 por ciento de los empleadores lo hicieron, según un informe de la American Management Association. Ese número disminuyó cada año hasta 2004, el último año que la AMA encuestó a las empresas, cuando se situó en el 62 por ciento.
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Existe poca evidencia de que hacer que los empleados o empleados potenciales tengan miedo de fumar un porro los fines de semana conduce a un lugar de trabajo más seguro o productivo. En 2007, la Administración de Servicios de Abuso de Sustancias y Salud Mental, una división de los Institutos Nacionales de Salud, abordó el problema y concluyó: “Las pruebas de drogas en el lugar de trabajo se implementaron como un esfuerzo para disuadir el abuso de sustancias y sus efectos sobre la productividad, la salud y la seguridad en la fuerza laboral de la nación. Hasta la fecha, hay evidencia limitada sobre la efectividad de este efecto disuasorio”.