El pasado 2019, la Agencia Nacional de Seguridad del Médico (el equivalente a la FDA estadounidense) anunció que comenzaría a realizar sus primeros ensayos limitados de cannabis medicinal en Francia, algo que ha sido ilegal desde 1953.
Por supuesto, muchos aplaudieron la medida como un primer paso importante hacia una regulación racional y orientada a la salud pública. La Agence Nationale de Sécurité du Médicament también elogió el ensayo por sus esfuerzos innovadores para producir “los primeros datos franceses sobre la eficiencia y la seguridad” del cannabis para terapias médicas.
Todo esto suena muy bien. Sin embargo, cuando se trata del cannabis, una peculiar amnesia histórica parece contagiar a todos: estas pruebas no son los primeros esfuerzos de la nación para producir datos científicos sobre productos de cannabis medicinal.
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Una medicina cuyo uso no debe descuidarse
Durante la investigación de David A. Guba, historiador del cannabis en la historia de Francia, podemos percatarnos que a mediados del siglo XIX París funcionaba como el epicentro de un movimiento internacional para medicalizar el hachís.
Muchos farmacéuticos y médicos que trabajaban en Francia en aquella época creían que el hachís era una sustancia tóxica, peligrosa y exótica proveniente del “Oriente”, pero, a fin de cuentas, una sustancia árabe-musulmán que la ciencia farmacéutica podía domar y volver segura y útil contra las enfermedades más aterradoras de la época.
A fines de la década de 1830, los franceses prepararon y vendieron comestibles con infusión de hachís, pastillas y tinturas posteriores (alcohol con infusión de hachís) e incluso “cigarrillos medicinales” para el asma en farmacias de todo el país.
A lo largo de las décadas de 1840 y 1850, docenas de farmacéuticos apostaron por el hachís, publicaron disertaciones, monografías y artículos de revisión sobre sus beneficios medicinales y científicos.
El epidemiólogo francés. Louis-Rémy Aubert-Roche, publicó un tratado en 1840 en el que argumentó que el hachís, administrado como un pequeño comestible llamado dawamesk, tomado con café, curó con éxito la peste en siete de los 11 pacientes que trató en los hospitales de Alejandría y El Cairo durante la epidemia de 1834-35. Aubert-Roche, un anticontaginista en la era de la teoría previa a los gérmenes, como la mayoría de los médicos, creía que la peste era una enfermedad no transmisible del sistema nervioso central que se propagaba a los humanos a través de miasma o “mal aire”, en áreas antihigiénicas y mal ventiladas.