El último país en sumarse a la repentina fiebre por la regulación de la marihuana es quizá el más inesperado: China.
El país prohíbe su consumo de forma estricta, y persigue con dureza su cultivo y distribución (al igual que con el resto de sustancias narcóticas). Pese a ello, ha ido abriendo la mano durante los últimos años, consciente de la creciente demanda internacional de productos relacionados con el cannabis.
La sustancia. El gobierno, por el momento, permite a un reducido elenco de empresas cultivar cáñamo y producir CBD (cannabidiol, sustancia de supuestos beneficios medicinales y menores efectos psicoactivos que el THC). Lo cuenta este reportaje del New York Times: las autoridades ya han autorizado el cultivo de más de 145 hectáreas en la remota y depauperada provincia de Yunnan, al sur del país. Es una región de histórica actividad económica en torno al cáñamo.
Desventaja. China parte en cierta desventaja, no obstante. Yunnan y otras provincias de clima templado producían cáñamo y cannabis desde tiempos inmemoriales, ya fuera con fines medicinales, textiles o espirituales. El régimen comunista impuso una severa prohibición a mediados de los ochenta, coartando cualquier tipo de producción y eliminando todos los campos de cultivo.
Ahora está abriendo la mano. Produce el 50% del cáñamo industrial mundial (de aplicaciones variadas), pero las restricciones aún son altas.
Futuro de la industria en China
Se espera que otras provincias como Heilongjiang o Jilin sigan la estela de Yunnan a lo largo de 2019. China no quiere perder un tren que esboza cifras gigantescas a la vuelta de la esquina. El CBD es el producto más cotizado ahora mismo dentro de la industria del cannabis, y sus usos son múltiples más allá de los medicinales, entrando en el terreno de los comestibles o de las bebidas recreativas.
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